“Esto fue en la primavera de hace dos años, en la Línea Iida.”
Tanabe fue el cuarto en hablar.
Era el mayor de todos, unos dos años mayor que Nakai. El año en que Hasegawa desapareció, Tanabe ya se había graduado en la universidad y era miembro de una compañía de teatro creada por uno de sus amigos.
Por fuera era intrépido, pero también tenía su lado sensible.
Takeda y Nakai se pasaban a menudo por su pensión para hacer juergas de borrachera. Yo también había aparecido un buen número de veces cuando me invitaban. El año siguiente a la desaparición de Hasegawa, Tanabe estuvo cada vez más ocupado con el trabajo y el teatro, y finalmente dejé de verlo en el instituto de inglés.
Tras la disolución de la compañía de teatro varios años después, trabajó en Tokio durante unos años antes de volver a su casa en Toyohashi para trabajar en la tienda de muebles de su familia.
Lo que sigue es la historia de Tanabe.
* * *
Mi tía vive con su marido en Inashi.
Me había estado molestando para que fuera a visitarla, así que pasé por allí en un viaje de negocios. Hice que mis colegas volvieran primero en coche, mientras yo pasaba la noche en casa de mi tía. El día siguiente también fue muy ajetreado, ya que comí con mi prima y su familia, y cuando llegué a la estación de Inashi para volver a Toyohashi, ya había anochecido.
Al parecer, era el momento en que todos los estudiantes de secundaria se iban a casa, y los dos vagones del tren estaban llenos.
A través de la ventanilla podía ver Komagatake y el resto de los Alpes Centrales, con la nieve aún persistente en los picos. Con cada parada en una estación, el número de pasajeros disminuía, hasta que por fin pude acomodarme en un asiento de la cabina. Los Alpes Centrales estaban al otro lado del tren, así que desde mi ventanilla veía interminables hectáreas de tierras de labranza y los Alpes del Sur que se destacaban con gran relieve contra el sol poniente.
Al poco tiempo, la conversación entre la pareja sentada en la cabina de enfrente despertó mi interés. Uno de ellos era un paleto de instituto con una bufanda roja alrededor del cuello y un pequeño peluche de Snoopy colgando de su mochila. El otro era un monje de mediana edad, con la cabeza completamente rapada, vestido de negro y con una bolsa de viaje de cuero. A sus pies había un paquete plano envuelto en tela. Los dos habían estado charlando desde que los vi en el andén de la estación de Inashi, y supuse que eran un monje local y uno de sus feligreses.
Inesperadamente, la chica me llamó. “¿A dónde te diriges?”
“Voy a Toyohashi.”
“¿De verdad? ¿Hasta el final de la línea?”
Miré para verla inclinada hacia mí, con una mirada casi suplicante. El monje sonrió débilmente y se dio la vuelta. “Todavía queda mucho camino por recorrer.”
Ahora que yo había entrado en la conversación, la chica parecía algo aliviada. Quizá se había sentido realmente atrapada por el monje.
Justo entonces el tren tomó una curva y entró en la sombra de las montañas. El interior del tren se volvió oscuro, como si estuviéramos pasando por el fondo de un charco de agua. El monje me lanzó una mirada aguda, casi como un resplandor.
* * *
La luz del sol poniente atravesó las ventanas cuando dejamos la sombra, iluminando a la chica y al monje. La chica apoyó la cara en el reposabrazos, con las mejillas hinchadas como un futón secándose al sol. En contraste, el rostro del monje estaba rojo como una salamandra descansando en el lecho de un río.
La chica estaba en segundo curso en un instituto de Inashi. Desde su perspectiva, la idea de estar dando vueltas en un tren durante otras horas probablemente sonaba a pura tortura.
“¿Eres uno de esos frikis de los trenes?”, preguntó.
Pero no hacía falta ser un friki de los trenes para hacer viajes como éste. “Cuando estás en movimiento, puedes desconectar y olvidarte de todo.”, le expliqué.
“¿Así que tienes problemas y demás?”
“Podría decirse que tengo mi cuota de problemas.”
“Huh.”
“¿No tienes tus propios problemas?”
La chica soltó una risita. “No lo sé. Tengo muchos problemas.”
Su sonrisa se abrió paso hasta mi corazón.
Seguimos hablando al otro lado del pasillo. Al otro lado de las ventanas, se veían los campos en terrazas de suave pendiente y las primeras flores de los ciruelos de flor roja y los tejados de tejas de color ámbar. Me puso de buen humor, como si estuviera tomando el sol en el porche de una granja.
El monje no había dicho ni una palabra en todo ese tiempo. Estaba sentado junto a la ventanilla con un voluminoso libro de horarios de trenes de tamaño de viaje sobre su regazo, con aspecto de estar meditando sobre algo. Me pregunté a dónde iría la chica. Ya estábamos a una hora de Ina.
“Tienes un viaje bastante largo.”
“Lo sé, ¿verdad?”, se quejó la chica, bajando la mirada y apretando el peluche de Snoopy. “Es tan poco dinero en efectivo. Suelo estudiar en el tren, pero hoy no tengo ganas.”
El tren se detuvo en una pequeña estación.
Una ráfaga de aire frío entró cuando la puerta se abrió, y una quietud nos envolvió, como si estuviéramos congelados en el tiempo.
La chica se bajó del reposabrazos y se giró hacia la ventana. Se había quitado la bufanda roja, dejando al descubierto la parte posterior de su elegante cuello. Estiró el brazo y señaló la ventana.
“Allí hay una tienda. ¿La ves?”
Cuando me incliné, el monje también se volvió para mirar.
Más allá de la barrera de billetes había una pequeña plaza, y más allá una fila de edificios antiguos. Entre esos edificios estaba la tienda de la que hablaba, con un cartel descolorido que decía “Panadería Yamazaki.” Delante había un congelador de helados y una máquina expendedora. La penumbra bajo su *alero me recordaba al crepúsculo; casi podía oler el suelo de tierra mohosa del interior. Las contraventanas del segundo piso estaban cerradas por alguna razón, y las cebollas colgaban del techo como cuentas de oración. Era algo habitual en el campo, estas tiendas a punto de quebrar.
*Alero: Parte inferior del tejado, que sobresale de la pared y sirve para desviar de ella el agua de lluvia.
Mirando por la ventana, la chica dijo: “Lo veo todos los días, así que empezó a llamarme la atención. ¿Por qué está siempre tan oscuro, por qué no veo a nadie y por qué las persianas están siempre cerradas? Cuando algo me llama la atención, no puedo dejar de mirarlo. Cuanto más lo miro, más raro se vuelve. Sabes a qué me refiero, ¿verdad? Como si fuera sólo yo.”
Para mí la vista por la ventana era poco común, pero la chica la veía todos los días. Pero el hecho de que fuera algo cotidiano no significaba que fuera ordinario. Tal vez ver algo todos los días hacía que las cosas extrañas resaltaran aún más. Tenía que admitir que realmente no se podía juzgar un libro por su portada. Esta chica era más soñadora de lo que parecía.
“Si te molesta, ¿por qué no te bajas del tren y lo ves?”
“Tuve un sueño en el que me bajaba aquí, una vez.”, dijo ella, continuando con su parloteo. “Tengo muchos de esos sueños, en los que visito lugares que veo en el tren. Son tan realistas, que a veces empiezo a creer que he estado allí de verdad, veo un lugar pasar y me digo: ‘¡Estuve allí la semana pasada!’ y luego, al cabo de un rato, me despierto y me digo: ‘Oh, espera, eso era un sueño, y. lo siento, esto es un poco raro’.”
“¿Así que nunca has estado allí de verdad?”
La chica me miró seriamente y respondió: “Probablemente no.”
Miré por encima de la barrera de entradas una vez más hacia la tienda. Ahora que ella me había contado todo esto me pareció un poco extraño. Y cuando miré, me pareció ver por un segundo que algo se movía en la oscuridad por encima del mostrador. En el momento siguiente el tren se puso en marcha, dejando sólo la impresión de que había visto a alguien levantarse cansado allí en aquella penumbra.
La cansada luz del atardecer moteaba el tren.
“¿Dónde se bajan?” inquirí, a lo que la chica respondió con feísmo: “¿Dónde crees que me voy a bajar?”
Había un cierto encanto en su mirada. Era como echar un vistazo fugaz a un hermoso pez que sube desde las profundidades del río hasta la superficie del agua. Mientras yo estaba sentado, desconcertado, la chica miró al espacio, antes de dirigirse de repente al monje de la ventana. “¡Oiga señor, si no lo adivina pronto vamos a llegar!”
El monje levantó la vista de su horario. Murmuró para sí mismo, mirando hacia mí. Sorprendentemente, vi una vaga expresión de inquietud en su rostro.
“Me atrapó, señorita. Me rindo.”
* * *
No estaba seguro de entrada de lo que estaban hablando.
“¿Así de rápido?”
Una sonrisa se dibujó en los labios de la chica, en contraste con la expresión incierta del monje. Parecía que estaban jugando a algún tipo de juego.
El revisor subió del vagón trasero, caminando por el pasillo entre nosotros hasta una anciana que acompañaba a dos niños que habían subido en la última estación. El tren se había vaciado considerablemente. Incluyéndonos a nosotros tres sólo había seis pasajeros en el vagón, y tampoco parecía haber mucha gente en el vagón trasero. ‘Deben ser unos treinta minutos más hasta Tenryūkyō,’ pensé para mis adentros.
La chica se inclinó hacia mí y susurró: “¡Este monje es vidente!”
Sobresaltado, miré al monje, que sonrió irónicamente y negó con la cabeza. “No, no, nada tan grande como eso.”
“Pero puedes leer la mente de la gente, ¿no es así?”
“Me temo que no puedo estar a la altura de tus expectativas.”, respondió el monje, mirándola y riéndose.
Al explicarse mejor, el monje era más joven de lo que parecía. Se había formado como monje en Kioto, y actualmente ejercía como monje principal en un templo empobrecido de Takatō. Él y la chica se habían encontrado por casualidad en el andén de Ina. Pero la palabra que la chica había utilizado, ‘vidente’, me molestó. Había algo sospechoso en él. Decía que iba a Toyohashi a una conferencia, pero me parecía extraño que saliera *tan tarde de Ina en la línea Iida. Por otra parte, no estaba en condiciones de criticarle allí.
*Hay otras líneas de tren más directas.
“Yo también vivía en Kioto.”, mencioné, tratando de tantearle. “¿Dónde hiciste tu entrenamiento?”
“Oh, aquí y allá.” No perdió el tiempo mientras esquivaba mi pregunta. En su interior, probablemente estaba molesto porque yo había aparecido de la nada para estropear su diversión soltando todo tipo de tonterías a este provinciano de ojos saltones.
“¿Y cuál es el juego?”
“Quería que adivinara en qué estación me bajo para ver si realmente puede leer la mente.”
Eso explicaba por qué el monje había estado frunciendo el ceño ante el horario todo este tiempo. Podía echar todo el humo que quisiera, pero cuando alguien le exigía una respuesta concreta se quedaba sin nada.
“Suena interesante.”
“No, bueno…”
“¿De verdad puedes leer la mente?”
“En sentido estricto, no las ‘leo’, sino que ‘veo’ en ellas. Por ejemplo…” Señaló por la ventana. Habíamos pasado los Alpes Centrales, y por la ventana pasaban escenas de una ciudad de provincias: casas y fábricas, hospitales y escuelas, todo ello envuelto en la luz mortecina. “Cuando mires por la ventana el paisaje, intenta poner palabras a todo lo que ves. Todas esas cosas que normalmente dejas pasar sin una segunda mirada: utiliza todas las palabras que tengas para describirlas. Es fundamental que te presiones. Lanza todas las palabras que tengas al paisaje hasta que las palabras dejen de fluir. Si lo haces, descubrirás que tu propio ser se agota, se vacía de palabras. Tus palabras no podrán seguir el ritmo de las escenas que pasan ante tus ojos. Cuando esto sucede, hay cosas que saltan del escenario a tu mente, cosas que no habías notado antes. Esas cosas son las que ‘veo’.”
‘Me preguntaba cuándo se le iría la pinza.’, pensé.
“Así que estamos mirando por las ventanas, pero no lo hacemos. ¿Lo he entendido bien?”
“Bueno, podrías decirlo así. Pero déjame añadir que no hay nada malo en ello. Para que el hombre viva debe cerrar los ojos a muchas cosas. Las palabras nos ciegan. Mira por la ventana y verás muchas cosas. Pero, aunque no te des cuenta, estás viendo palabras.”
La chica soltó una risita. “¡Nunca me he sentido así en mi vida!”
“Y así, señorita, es como se mantiene cuerda.”
Empezaba a irritarme. “¿Y qué tiene que ver todo eso con la lectura de la mente?”
“Son una misma cosa. Nosotros vemos caras, y nosotros no. Enfadados, tristes, suspicaces; sólo vemos las frases manidas que les ponemos. Es una forma de hablar de los molinos de viento, por decirlo así. Pero al igual que el paisaje se extiende infinitamente, también lo hace el rostro del hombre. Si puedes mirar a alguien sin depender de esas palabras, entonces naturalmente serás capaz de ver cosas que antes no podías ver. Sin embargo, esto no quiere decir que vayas a ver lo que deseas ver. ¿Tiene sentido?” Después de soltar este torrente de palabras el monje tosió y miró a la chica. “Por eso no es muy adecuado para adivinar cosas.”
“A mí me suena a excusa.”
“Eso no lo puedo evitar. Esto es lo que conlleva mi visión.”
Justo en ese momento el paquete plano junto a los pies del monje se cayó con un golpe. “Vaya, vaya.”, dijo el monje, con movimientos lentos y medidos mientras se agachaba y lo recogía, dejándolo en el asiento de enfrente.
La muchacha se puso en marcha de repente: “Oye, ¿y qué aspecto tiene este tipo?”
El monje escudriñó mi rostro. “Dijiste que habías vivido en Kioto, ¿no es así?”
“Así es.”, asentí.
Apuesto a que iba a intentar escurrir el bulto haciendo alguna predicción ambigua que se podía interpretar como se quisiera. Así que me pilló completamente desprevenido su siguiente afirmación.
“Veo una casa de noche.”, entonó el monje, estrechando sus fríos ojos. “Es la casa donde vive alguien que ha capturado tu corazón… tus visitas eran siempre de noche. Un amante, o tal vez un amigo querido. Y el recuerdo de esa casa a nublado tu vida desde entonces.” Sonrió con desgana. “¿Qué te parece?”
Me quedé momentáneamente atónito. No podía creerlo. “¿Estás… estás hablando de Kishida Michio?”
“….Sólo le he contado lo que he visto.”, respondió el monje, con expresión serena.
* * *
Kishida Michio era un artista del *mezzotinto cuyo estudio estaba en Kioto.
* El «grabado a media tinta», «grabado a la manera negra» o grabado al humo es un tipo de estampación realizado por el método del grabado en hueco que, a diferencia de otras técnicas de grabado directo como el grabado a buril y la punta seca, puramente lineales, logra reproducir matices y claroscuros.
Cuando nos conocimos, él y yo aún teníamos veinte años. Hacía varios años que había regresado de sus estudios en el extranjero, y aunque el propietario de la Galería Yanagi esperaba grandes cosas de él, para el público en general seguía siendo un desconocido. Esto fue mucho antes de que la serie ‘tren nocturno’ saliera al mundo.
Había construido su estudio en una casa que le dejaron sus padres a orillas del río Kamo, pero también trabajaba a tiempo parcial en una tienda de muebles de la calle Ebisugawa. Esa tienda la regentaba un amigo de mi padre, por lo que era un visitante frecuente cuando vivía en Kioto. Eso significaba que veía a menudo a Kishida. No sabía que era un grabador de cobre. No daba precisamente la impresión de ser muy accesible.
“Por aquel entonces, yo seguía trabajando en la oscuridad. Así que estaba algo abatido.”, me dijo Kishida tiempo después.
Con el tiempo, Kishida dejó el trabajo y ya no le vi en la tienda.
La siguiente vez que vi su rostro fue en Kiyamachi, casi al final del mismo año en que Hasegawa había desaparecido en el Festival del *Fuego de Kurama. Aquella noche entró deambulando en uno de mis bares habituales. Este tipo me resulta familiar, pensé, y tras intercambiar palabras con algún pretexto llegué a la conclusión de que, efectivamente, era el mismo Kishida que había conocido.
*El Kurama No Hi Matsuri (鞍馬の火祭) o Festival del Fuego de Kurama es un impresionante espectáculo celebrado cada 22 de octubre y pertenece a uno de los tres grandes festivales de Kioto. A las 6pm, enormes antorchas (kagaribi) se encienden todas a la vez delante de las casas. Gente portando pequeñas y grandes antorchas de pino (taimatsu) desfila durante toda la tarde-noche anunciando a gritos el comienzo del festival.
Hombres casi desnudos portan las antorchas gigantes (de más de 80 kilos) mientras arden, con el peligro que ello supone.
La parte principal de la celebración es a las 8pm, cuando se reúnen todas las personas de la procesión y se juntan todas las antorchas en la entrada del templo Kurama-dera rindiendo culto al Santuario Yuki con una enorme hoguera mientras gritan sus respetos.
Hablamos sin prisa mientras bebíamos. Yo me sentía deprimido después de lo ocurrido con Hasegawa, y Kishida parecía estar en busca de alguien con quien hablar. Esa noche fue cuando me enteré de que era grabador.
Mencionó que había leído sobre el incidente en Kurama en los periódicos.
“Yo también estaba en Kurama esa noche. El choque fue justo, cuando leí sobre ello en los periódicos más tarde. ¿Así que todavía no han encontrado ninguna pista?”
“Están desconcertados.”
No había tenido una relación especialmente estrecha con Hasegawa. Habíamos asistido a diferentes clases de inglés, y lo más parecido a nuestras interacciones era alguna conversación ligera cada vez que Nakai nos invitaba a una reunión. Pero siempre me había parecido que tenía un encanto misterioso.
Siempre que hablaba con ella, tenía la sensación de que podía ver a través de mí. Pero nunca decía nada demasiado atrevido. Era más reservada, por así decirlo, casi como si ocultara un mundo nocturno en su interior. Siempre me gustó eso de ella.
Le conté todo esto a Kishida.
“Una persona de lo más intrigante.”, reflexionó. “Parece el tipo de persona que podría ser llevada en volandas.”
“¿Me estás diciendo que se la llevaron los *tengu?”
*Es un tipo de criatura perteneciente al folclore religioso japonés. Es considerado un tipo de dios sintoísta (Kami) o yokai (Criatura sobrenatural).
“Bueno, ella habría estado en el lugar correcto. Y en una noche de fiesta, nada menos.”
“No creo en ninguna de esas cosas.”
“Por supuesto, simplemente estaba expresando una hipótesis.”
Aun así, me pareció algo poco meditado.
Hasegawa parecía tener más presencia ahora que antes de desaparecer. Su rostro me vino a la mente, su perfil iluminado por la luz de las antorchas aquella noche en Kurama. No pude evitar pensar que ella seguía allí, en aquella noche, aunque sabía que eso no era más que una fantasía.
Después de hablar del incidente en Kurama, empecé a hablar de mis actividades en la compañía de teatro. No era la persona más sociable, pero con Kishida escuchando sentía que podía hablar de cualquier cosa. En parte se parecía a Hasegawa en cierto modo. También había prestado un oído dispuesto siempre que lo necesitabas, y no hablaba mucho de sí misma.
“¿Qué estás haciendo?” pregunté.
Me dijo que estaba trabajando en una nueva serie. “Por eso mis días han cambiado de lugar con mis noches.”
Había tenido la idea de su serie, ‘Tren nocturno’, al año siguiente de volver de sus estudios en Inglaterra. Creyendo que no estaba a la altura, no había empezado a trabajar en ella inmediatamente. Trabajando en otros proyectos para mejorar sus habilidades, ahorrando dinero en el trabajo, esperó el momento adecuado para desafiar a ‘tren nocturno’. Y después de tres años de preparación, este invierno comenzó su andadura en ‘tren nocturno’. Me impresionó mucho su meticulosa preparación.
Encontrando espíritus afines el uno en el otro, fuimos de bar en bar hasta que se hizo de día.
“Deberías pasarte alguna vez por mi estudio.”, me dijo, antes de emprender el camino a casa, casi como si huyera del amanecer. A partir de esa noche, empecé a hacer visitas regulares a su casa.
Siempre le visitaba por la noche. Su casa estaba al pie de un terraplén junto al río Kamo, y siempre había luz que se filtraba por sus ventanas. Tenía muchos otros visitantes, gente que pasaba las noches en vela atraída por la luz de su casa. Estas reuniones se llamaban el Salón Kishida.
A Kishida Michio le gustaba escuchar las historias de los demás. Podría decirse que era un ávido oyente. Siempre que hablaba con él era como si sacara palabras de lo más profundo de mi ser. Dejaba sus obras esparcidas por toda la casa, y estaba dispuesto a hablar de ellas, pero le interesaba especialmente escuchar lo que los demás tenían que decir sobre ellas. Y fuera cual fuera tu opinión, siempre te escuchaba y la tomaba en serio. Me parecía que todas las personas que visitaban el Salón Kishida se sentían atraídas por esa cualidad suya tan amable.
La oscuridad de la noche que había fuera era un elemento indispensable del Salón Kishida. Mientras hablábamos en la casa, a veces parecía que estábamos flotando en un mundo de medianoche. Todas las personas que estaban allí conmigo se sentían como viejos amigos con los que me había reunido por casualidad en alguna ciudad lejana. Dudo que hubiera sentido lo mismo si me hubiera encontrado con ellos durante el día.
Aquellos días habían sido infelices para mí, con las luchas internas en la compañía de teatro y mis deudas y las fricciones con mis padres, pero siempre que pensaba en el Salón Kishida, el mundo en aquel momento de mi vida me parecía extrañamente profundo. El aroma del café en el salón, las palabras intercambiadas frente a los grabados, los paseos nocturnos a lo largo del río Kamo… aunque mis días de estudiante habían terminado hacía tiempo en ese momento, era como tropezar con un *exclave aislado de la juventud. Y todo fue gracias a Kishida.
*Se suele emplear con el sentido de ‘territorio relativamente pequeño que se encuentra fuera del territorio principal’
Pero todo eso fue hace mucho tiempo. Cuando subí a aquel tren de la línea Iida, Kishida Michio ya llevaba cinco años muerto.
* * *
‘¿Es posible leer la mente?’
Cuando era niño, leí una historia sobre un *satori, una aparición en la montaña. Un leñador estaba pasando la noche en una cabaña en una montaña, cuando un satori vino a llamar. El leñador pensó para sí mismo: “¡Qué lío tengo!”, sólo para que el satori respondiera: “¡Qué lío tengo!” Cualquier pensamiento que le viniera a la cabeza al leñador después de eso, el satori lo adivinaba inmediatamente en voz alta.
*Satori es un momento de no-mente y de presencia total, término japonés que designa la iluminación en el budismo zen y la palabra significa ‘compresión’
Cuando era niño esa historia me daba escalofríos, pero después de pensarlo un segundo realmente no era tan extraño. Es bastante obvio lo que pasa por la cabeza de una persona asustada, y más cuando se trata de un leñador pueblerino que vive en una cabaña. Una persona razonablemente avispada podría abrirse paso sin muchos problemas.
Pero lo que el monje había dicho no era un farol.
“¿Lo hizo bien?”, preguntó la chica, a lo que yo asentí. Al ver ese pequeño movimiento de mi cabeza, miró con asombro al monje junto a la ventana. “¡Vaya! Sabía que era real.”
“Si él dice que tenía razón, entonces supongo que debe ser así.”
“Sabes, pensé que estabas mintiendo. Lo siento.”
“Pero estaba diciendo la verdad cuando dije que no podía ver nada en tu cara.” Una pequeña y odiosa sonrisa apareció en el rostro del monje. “Extraño, ciertamente. Me pregunto por qué será.”
“Apuesto a que es porque me estoy desconectando y eso. En serio, me desconecto. A veces mis amigos también se enfadan conmigo. Dicen que estoy soñando despierto y esas cosas. Discúlpame un segundo.”
La chica se levantó y caminó por el pasillo hacia el vagón trasero. Tal vez iba al baño.
El monje se giró para verla marchar. Por un momento, vi otro breve parpadeo de inquietud en su rostro. Incluso yo podía hacer ese tipo de lectura mental. Finalmente se volvió y me miró con una mirada significativa.
“Una chica extraña, ¿no te parece?”
“¿Ella?”
“Me interesa, lo ha hecho desde que subimos juntos al tren.”
“¿Porque tu pequeño truco para leer la mente no funciona con ella?”
El monje resopló. “Así que no crees.”
“Ni un poco. No puedo explicarlo, eso es todo.”
“El mundo está lleno de gente misteriosa. Es bueno sospechar.”, sonrió. “Y como digo, esa chica es una de esas personas misteriosas.”
“A mí me parece una estudiante de secundaria normal.”
“¿Es eso lo que realmente piensas?”
No se puede negar que, para ser una estudiante de secundaria, tenía mucho valor. No tenía miedo de enfrentarse a dos hombres de mediana edad, itinerantes y potencialmente sospechosos. No parecía la típica pueblerina.
El monje dijo con aire melancólico: “Tengo la impresión de haber conocido a esa chica en alguna parte.”
“No parece muy descabellado si eres local.”
“No soy local.”
“¿No dijiste que eras el jefe de algún templo en Takatō?”
“No soy un monje de verdad.”
Había tenido mis sospechas, pero aun así me sorprendió recibir una confesión tan abierta. Sin embargo, no pareció pensar en nada por haberme admitido esto. Volvió los ojos hacia la ventana y murmuró: “Estamos a casi dos horas de Ina. ¿A dónde va esa chica?”
“Ni idea. Puedes preguntarle tú mismo.” Sintiéndome fuera de sí, desvié la mirada y miré por la ventana hacia la izquierda.
El tren pasaba por la cima de una meseta, y más abajo vi pueblos rurales que se hundían en el crepúsculo añil. Entre las luces que se encendían una a una, vislumbré el río Tenryū brillando débilmente. Faltaba poco para llegar a la estación de Tenryūkyō. Después de pasar por las zonas turísticas de navegación y las aguas termales, entraríamos en el tramo más escarpado e inaccesible de la línea Iida. En menos de una hora se nos echaría encima la noche.
La chica no volvió del baño.
Al poco tiempo, la llanura de inundación del río Tenryū se extendía fuera de la ventana. Mi mirada recorrió el paisaje, antes de posarse en un único cerezo en la orilla opuesta del río. Sus flores parecían flotar en la penumbra, casi como si sus mismos pétalos arrojaran luz. Pero mis ojos estaban pegados a él. A diferencia del resto del paisaje que se extendía por la ventana, aquel cerezo en flor permanecía arraigado en el mismo lugar, inmóvil. Dejé escapar un suspiro.
Detrás de mí, el monje recitó con voz cantarina: “En mi sueño vi el viento de primavera sacudiendo suavemente las flores de un árbol…”
Ya había escuchado ese poema.
Cuando me di la vuelta, el monje se había quitado las sandalias y estaba sentado con las piernas cruzadas, con el cuerpo hundido contra la ventana. Parecía haberse cansado de mantener la farsa de monje. Tenía una pequeña botella de whisky en la mano.
“Fue hace mucho tiempo, cuando estaba en Kioto.”, dijo finalmente. “Por aquel entonces tenía insomnio, pero hubo un hombre que fue muy amable conmigo. Un tipo extraño, llamado Kishida Michio.”
Una sonrisa burlona apareció en su rostro.
“Yo también estaba en el salón. ¿Aún no te acuerdas?”
* * *
En el Salón Kishida entraba y salía todo tipo de gente.
No era necesario pedir cita, ni había días fijos de visita. A veces, Kishida salía en una de sus “aventuras nocturnas”, pero nunca cerraba la puerta con llave. Los visitantes se limitaban a tomar un café y esperar su regreso. Parecía un descuido, pero hasta donde yo sé nunca había habido problemas de ningún tipo.
Al principio me resultaba incómodo encontrarme con otros visitantes mientras Kishida estaba fuera, pero al poco tiempo estábamos charlando como viejos amigos. Me encontré con estudiantes de la universidad de arte, con una señora que tenía una tienda de artículos de segunda mano en Ichijoji, e incluso con un investigador que había venido desde Europa. El propietario de la Galería Yanagi, en Shijō, era casi de mi edad, y pronto congeniamos. Vivía detrás de Shōkokuji, cerca de mi apartamento, y después de hablar hasta el amanecer solíamos ir juntos hacia casa.
Pero había un hombre entre los visitantes del Salón Kishida que no podía caerme bien. Se llamaba Saeki.
“Soy un médium espiritual.”, proclamó, riéndose con displicencia, la primera vez que nos encontramos en el estudio. No me gustó desde el primer momento en que nos vimos. Llevaba una llamativa camisa de cuello abierto, y su pelo y su barba de caballo estaban descuidados. Cada vez que hablaba de lo que hacía para ganarse la vida, siempre era un cuento de estafador. Según Yanagi, era un lacayo de alguna secta que operaba en Hida, y estaba involucrado en un intento de tomar algún templo no afiliado.
“Deberías tener cuidado con él.”, me advirtió Yanagi.
Después de cruzarnos varias veces, Saeki me preguntó directamente: “No agrado, ¿verdad?”
“No, no me agradas.”
Se rió. “Me gusta la gente honesta. Yo mismo soy honesto, ya ves.”
* * *
El monje con el que compartía vagón era ese mismo Saeki.
Me sentí como un niño que acaba de aprender el secreto de un truco de magia. No me había leído la mente en absoluto, porque me había conocido en Kioto. Pero tampoco me avergonzaba no haberme dado cuenta antes de que era él. No se me había pasado por la cabeza ni una sola vez desde que salí de Kioto, y cualquiera parecería un extraño con la cabeza afeitada, vestido con una túnica de monje. Ahora que sabía que el monje que tenía delante era realmente Saeki, reconocí esa sonrisa despreocupada en su rostro.
En ese momento, no sabía que sufría de insomnio. Siempre era tan jovial. Pero era una jovialidad burlona que te ponía de los nervios. Su discurso era muy rápido. Y, como cabía esperar de alguien que decía ser un médium espiritual, parecía saber mucho sobre las religiones y sus historias, aunque sólo fuera superficialmente. Eso despertó el interés de Kishida, así que cada vez que Saeki aparecía por allí, la conversación solía girar en torno a la historia del budismo y a hablar de la iluminación.
Recordaba que había hablado de algo llamado makyō.
Algún estudiante universitario había afirmado que era imposible ver la verdad del mundo con nuestros ojos, y que el papel del artista era despojarse de lo que oscurece nuestra vista y revelar los destellos del mundo verdadero; algo así, en todo caso. Pero Saeki se mofó: “Eso no es más que makyō.”
Makyō es una falsa iluminación que experimentan los monjes novatos.
Saeki nos contó que había una historia en el Konjaku Monogatari, sobre el sacerdote Sanshu y su encuentro con un *tengu del Monte Ibuki.
*Es un tipo de criatura perteneciente al folclore religioso japonés. Es considerado un tipo de dios sintoísta (Kami) o yokai (Criatura sobrenatural)
Hace mucho tiempo, vivía un monje virtuoso llamado Sanshu en el monte Ibuki. Cantaba los *sutras con todo su corazón, rezando para renacer en el Paraíso. Un día, oyó una voz del cielo que decía: “A ti te concederé la guía al Paraíso.” Lleno de alegría y gratitud, cantó los sutras y esperó, hasta que en el cielo occidental apareció la diosa Kannon, brillando intensamente, que le cogió de la mano y le condujo al cielo. Así partió hacia el Paraíso, pero siete días más tarde, lo encontraron atado a la copa de un alto cedro, cantando sutras. Sus discípulos trataron de ayudarle a bajar, pero él gritó: “¡Por qué interferís en mi paso al Paraíso!.” Había sido engañado por un tengu. Sus discípulos lo trajeron de vuelta y lo cuidaron, pero siguió delirando, y tres días después exhaló su último aliento.
* Un sutra o sūtra (‘hilo’) es un aforismo (o línea, regla, fórmula) o una colección de tales aforismos, en forma de manual, o —en términos más generales—, un texto en el hinduismo o el budismo.
“Si me preguntas, los artistas no son diferentes de ese monje.”, se rió Saeki.
Saeki no reconocía el valor del trabajo de Kishida, y mucho menos el mío. Se enorgullecía de no dejarse engañar por nada. No entendía por qué Kishida se hacía amigo de un tipo así, y se lo dije en varias ocasiones.
Pero Kishida se limitó a reírse tranquilamente. “Te encuentras con todo tipo de personas ahí fuera.”, dijo. “Y si escuchas lo que dice, siempre tiene razón.”
* * *
Saeki le tendió la botella de whisky. “Extraña coincidencia, encontrarnos en un tren. Casi como si Kishida nos guiara desde el otro lado.”
“Nunca pensé que te volvería a ver.”
“Quieres decir que esperabas no volver a verme, ¿no?”
“Ni siquiera se me pasó por la cabeza pensar en ti.” Tomé un trago de whisky barato. Quizá Kishida nos estaba guiando de verdad.
Yo no creía en los espíritus, y Saeki probablemente era igual. Pero no había ninguna razón lógica para que me siguiera hasta la Línea Iida. Llámalo coincidencia o guía de los queridos difuntos, eran dos nombres para la misma cosa.
Le devolví la botella de whisky. Mi mirada se posó en el paquete envuelto en tela que había en el asiento de enfrente de Saeki.
Un pensamiento repentino me vino a la mente: ¿no era esa una de las obras de Kishida?
* * *
Lo recuerdo bien, porque ocurrió la primavera en que Kishida murió.
Era tarde en la noche cuando fui a la casa de Kishida. Tanto el estudio como el salón brillaban con luz propia, y el aroma del café llegaba hasta la entrada, pero dentro todo estaba en silencio. Era como estar en un barco fantasma, en el que la tripulación y los pasajeros habían desaparecido.
Kishida debía de haber salido a dar uno de sus paseos nocturnos.
Me senté en el sofá, bebiendo un café frío y rancio y mirando el jardín. Apenas estaba cuidado, y la vegetación estaba tan crecida que era prácticamente una jungla. Había empezado a dormitar cuando me desperté de repente. Me pareció oír algo.
El sonido parecía provenir de una pequeña habitación interior. La habitación era un pequeño espacio de unos 4½ *tatamis, al final de un pasillo que daba al jardín. Kishida lo llamaba el cuarto oscuro y, como su nombre indica, todas las ventanas estaban tapadas para que no entrara la luz. Sabía que a veces se encerraba allí cuando estaba sumido en sus pensamientos. Tal vez estaba allí ahora. Pero eso parecía extraño. Kishida sólo se encerraba allí cuando sus visitas se iban a casa.
*Tapiz acolchado sobre el que se ejecutan algunos deportes. Cómo karate.
Me acerqué a la habitación y encontré la puerta ligeramente abierta. La luz del salón no llegaba al interior, y todo lo que vi a través de la rendija fue oscuridad. Agudicé el oído, pero no oí nada.
“Kishida, ¿estás ahí?” grité para asegurarme, pero no obtuve respuesta.
Volví al salón y me senté de nuevo en el sofá. Por alguna razón me sentía agitado. Convencido de que algún desconocido estaba sentado en el cuarto oscuro, mantuve los oídos aguzados. Todo estaba en silencio. ¿Qué era ese temor que sentía? Cuando el reloj de la pared dio las dos, el sonido casi me hizo saltar el corazón de la garganta. Incapaz de soportar estar solo en aquella casa por más tiempo, salí al río Kamo. Probablemente Kishida estaba caminando por la orilla del río.
Subí las escaleras de piedra de la calle residencial hasta donde los terraplenes se extendían a ambos lados de la carretera. Era la hora *bruja y pasaban pocos coches. Las casas oscuras se alineaban en la orilla opuesta sobre la negra extensión del río Kamo, y mucho más allá se alzaban las siluetas de las montañas de Higashiyama.
*La hora loca o la hora bruja se define como un estado de irritabilidad y llanto de causas inexplicables que tienen los bebés de menos de tres meses, fundamentalmente por la tarde.
Me dirigí hacia el norte por el terraplén.
La noche era eterna, o eso parecía.
En todo el mundo, en ciudades y pueblos lejanos, millones y millones de personas soñaban envueltas en la misma noche por la que yo vagaba en ese mismo momento. Este hecho evidente me parecía ahora muy profundo. Nunca había sentido la noche con tanta intensidad como cuando asistía al Salón Kishida. Esta era la inmensidad del mundo nocturno que Kishida me había mostrado.
En la orilla del río Kamo había un cerezo, con sus pétalos en plena floración, y bajo él se sentaban dos hombres. Uno era Kishida, y el otro era Saeki.
Cuando vi a esos dos, la inquietud que había sentido en la casa de Kishida y esa sensación de inmensidad de la noche desaparecieron. En su lugar, mi corazón estalló de celos. Quería preguntarle qué hacía dando un paseo nocturno con Saeki. ¿Qué sabe Saeki? ¡Soy el único que entiende de verdad su soledad! Me sorprendí a mí mismo ante el ardor de celos. Lo que más me irritaba era cómo Saeki había visto a través de mí esos celos. Sonrió mientras me acercaba a ellos.
Kishida miró y llamó: “¡Eh!” agitando su delgado brazo.
“No sabía que los cerezos florecían ahora por la noche.”, dije, sentándome junto a Kishida. “Te esperé en tu casa, pero tardabas mucho en volver.”
“Lo siento. Sólo estaba cautivado por las flores de cerezos.”
“Hermosas, ¿verdad, Tanabe?”, dijo Saeki. “Incluso un canalla como yo se siente purificado.”
Los pétalos blancos revoloteaban en el aire, arrastrados por la fría brisa nocturna de primavera.
Mirando a las resplandecientes ramas, Kishida murmuró: “*En mi sueño vi que el viento primaveral sacudía las flores de un árbol…”
*Adaptado del profesor William LaFleur.
“¿Qué es eso?” interrumpió Saeki, pero Kishida continuó.
“-Y aún ahora, aunque estoy despierto, sigue habiendo un aleteo en mi pecho.”
Un tanka de Saigyō, explicó Kishida, con el rostro tan pálido como las flores de cerezo. Parecía que se estaba consumiendo. Eso era porque desde el invierno anterior se había volcado en su trabajo con un celo inusual.
“¿Entiendes lo que significa?”, preguntó Kishida. “Esto es el tren nocturno.”
* * *
La chica regresó cuando nos detuvimos en la estación de Tenryūkyō.
Apretaba la cara contra la ventanilla de la izquierda, mirando las luces del hotel de la orilla opuesta del río. Solo quedaba un poco de luz en el cielo ultramarino, y el reflejo del rostro de Saeki se superponía al mío contra el oscuro paisaje.
‘Pronto nos alcanzará la noche.’
En el momento en que ese pensamiento cruzó mi mente, vi el rostro de una chica en la ventana. Era tan pálida y hermosa como una flor de cerezo en la noche. Tuve la sensación de haberla visto antes en algún lugar. Mientras me quedaba mirando, embelesado, ella estalló en carcajadas. Di un salto y me giré para encontrar a la chica de pie.
“¡Adivina quién ha vuelto!”, dijo, dejándose caer en el asiento frente a mí. Me quedé mirando su cara, atónita. Algo en sus rasgos parecía haber cambiado. Miró a Saeki y se rió. “Parece que te sientes como en casa, ¿eh?”
“Hola de nuevo. Creía que te habías ido sin decírmelo.”
“¡Claro que no lo haría!”
“¿Hasta dónde vas a ir?”
“…Hasta donde me lleve.”, respondió ella, riéndose.
El tren salió de la estación de Tenryūkyō y se adentró en las montañas.
A nuestra izquierda, el río Tenryūkyō fluía oscuramente por el fondo del valle, y la grava blanca bordeaba la playa del lado opuesto. Era difícil distinguir dónde terminaban las montañas y dónde empezaba el cielo. Parecía que la noche se hacía más profunda cada vez que pasábamos por un túnel. Cuando por fin nos detuvimos en una estación desierta, nos envolvió un silencio tan profundo que parecía que el tren no volvería a salir de la estación. Los únicos que íbamos en ese vagón éramos nosotros tres, y la aglomeración que había llenado el tren cuando salimos de Ina parecía que había pasado mucho tiempo.
Observando que los dos intercambiábamos tragos de whisky, la chica preguntó: “¿Así que ahora son los mejores amigos?”
“Ni de lejos.” Le conté cómo nos habíamos conocido en el Salón Kishida. Cuando mencioné que su ‘lectura de la mente’ era una chorrada, Saeki dijo: “Eh, vamos”, con una sonrisa tensa. Pero la chica no se fijó en absoluto en su forma de estafar. Más bien estaba intrigada por la coincidencia de que dos conocidos de Kioto se hubieran encontrado hasta aquí en un tren local.
“Es una loca coincidencia, ¿verdad?”
“No es una feliz, déjame decirte.”
La chica pensó durante un segundo antes de decir: “El tal Kishida era artista, ¿no?”
“Así es.”, asentí.
Al oír esto, la chica señaló el bulto de tela de Saeki. “¿Es uno de los cuadros de Kishida?”
La sonrisa desapareció de la cara de Saeki como el agua que es absorbida por la arena. Su mirada afilada era desconcertante, pero la chica no mostraba temor alguno. No estaba seguro de si era simplemente estúpida, o si tenía nervios de acero.
“Lo es, ¿verdad?”
Saeki forzó una sonrisa en su rostro, frotándose su cabeza. “Parece que no soy el único que lee la mente aquí.”
“Es que pensé que podría serlo.”
“Tienes razón, ese es uno de los cuadros de Kishida. Me lo dio antes de morir. No tengo ni idea de arte, pero respeto su forma de vivir. Por eso lo llevo conmigo.”
“¡Qué amistad!”
“No sé si lo llamaría así. No sé si es algo tan bonito como eso.”
‘¿Qué hacía Saeki llevando una de las obras de arte de Kishida?’
Yo nunca había comprado ninguna obra de Kishida. Es cierto que no tenía dinero, pero también sabía que, si hubiera intentado comprar algo, Kishida me lo habría regalado. Conociendo las tribulaciones por las que había pasado para crear su mundo, no podía acercarme y pedirle una de sus *mezzotintas. Era lo mínimo que podía hacer para mostrar mi devoción por mi Kishida. Sin embargo, ver a Saeki -el mismo Saeki que se había burlado del arte de Kishida- llevando ese cuadro despertó mi indignación.
*El «grabado a media tinta», «grabado a la manera negra» o grabado al humo es un tipo de estampación realizado por el método del grabado en hueco que, a diferencia de otras técnicas de grabado directo como el grabado a buril y la punta seca, puramente lineales, logra reproducir matices y claroscuros.
Saeki alargó la mano y puso el paquete en su regazo. “¿Quieres verlo?”
El cuadro que desveló era, sin duda, uno de los grabados en cobre de Kishida.
Un río fluía por el fondo de un oscuro valle. La luz brillaba inquietantemente en la superficie del río, surgiendo aparentemente de la nada. Dos cosas me llamaron la atención: una playa de grava blanca al otro lado del río, bajo las montañas que se clavaban en el cielo negro, y un cerezo en plena floración, cubierto de flores brillantes. Al pie del árbol había una mujer solitaria, sin rostro, que levantaba la mano derecha como si me hiciera una seña.
En mi sueño vi que el viento primaveral agitaba suavemente las flores de un árbol-.
“Esto es Tenryūkyō, parte de la serie del Tren Nocturno.”
“Es tan misterioso. Como si fuera de un sueño.”
“Todo lo que dibujaba era este tipo de cosas.”, sonrió Saeki. “Siempre estaba tocado de la cabeza.”
“Entonces, ¿es por eso que vino hasta aquí?”
“Eso es en parte. Quería ver si el paisaje de este cuadro existe realmente.” Parecía sincero, y quizás lo era.
La muchacha acercó su rostro al grabado y lo examinó detenidamente. “Aquí hay una mujer. ¿Quién es?”
“La chica de sus sueños.”
“¿La chica de sus sueños?”
“Kishida hizo estos dibujos para poder conocerla.”
“No te inventes cosas si no lo sabes.”, resoplé. “Nunca los habría dibujado para algo tan superficial como eso.”
“No sabes nada, ¿verdad?”
Según Saeki, Kishida había hablado muchas veces de que la mujer del cuadro cobrara vida. Su fascinación por esa idea había partido de un viejo mezzotinto que pertenecía a su maestro en Inglaterra, y de la historia de fantasmas que lo rodeaba. Pero Kishida nunca me había hablado de nada de eso. Sospeché que se trataba de una historia a medias que Saeki había inventado para desprestigiar a Kishida.
Saeki se burló: “Esa chica de la foto lo persiguió y lo mató. Apuesto a que también se alegró de haber conseguido por fin lo que deseaba.”
Todos nos vimos reflejados en la negrura de la ventana de color negro intenso. La cara de la chica me llamó la atención. Me sonreía desde el otro lado de la ventana. Su rostro parecía maduro, casi como si perteneciera a otra persona por completo.
* * *
Era cierto que en cada entrega de Tren Nocturno aparecía una mujer enigmática.
Pero a Kishida no le gustaba explicar sus propias obras. Ya le había preguntado quién era la mujer, pero nunca me había dado una respuesta.
“La encontré en el cuarto oscuro.”
Puede que dijera eso, una vez.
Kishida siempre se levantaba después de la puesta de sol y comenzaba su trabajo. Después de trabajar hasta altas horas de la noche, daba un paseo nocturno o conversaba con los clientes del Salón Kishida. Sin embargo, sus visitantes debían marcharse antes del amanecer. Cuando los visitantes se iban, Kishida entraba en el cuarto oscuro y empezaba a pensar.
En el cuarto oscuro se le ocurrían todas las ideas para el tren nocturno. La habitación estaba equipada con un sillón y una mesa auxiliar, así como un escritorio con un pequeño cuaderno de bocetos y un lápiz. Se sentaba allí y esperaba en la oscuridad, esbozando rápidamente cualquier imagen que le apareciera en la oscuridad. Después repasaba sus bocetos, los ordenaba y finalmente producía sus obras de arte. A veces, incluso encerrado en esa habitación, no se le aparecía nada en absoluto. Incluso entonces pasaba cierto tiempo allí, antes de salir y subir a su dormitorio en el segundo piso para dormir, sin haber vislumbrado el sol ni una sola vez. Observaba estos peculiares hábitos de trabajo de forma estricta, casi monástica.
Yo le había advertido varias veces, preocupado por su bienestar.
“¡Cada vez que te veo tu cara se pone más pálida!”
“¿Es así? Nunca me he sentido mejor.”
“Realmente deberías descansar un poco.”
“Quizá tengas razón. Una vez que encuentre un buen punto para parar…”
Ese punto fue su propia muerte.
Se las arregló para completar 48 obras del Tren Nocturno antes de morir. Les había dado nombres de lugares, como Onomichi y Okuhida y Tsugaru, pero en realidad no viajó a todos esos lugares. Toda su inspiración para cada uno de estos lugares procedía de los visitantes nocturnos del Salón Kishida.
Tenía buenos recuerdos de las escenas nocturnas del Salón Kishida. El suelo de madera del salón siempre brillaba con una luz cálida, y el aroma del café flotaba en el aire. A veces, Kishida incluso obsequiaba a sus visitantes con su comida casera. Mientras conversábamos y mirábamos sus grabados, todos empezábamos a hablar de nuestros propios viajes. Saeki no había sido una excepción, y yo tampoco. Nuestros viajes nos habían llevado a Ise, Tonami, Nagasaki. Kishida escuchaba con entusiasmo los relatos de sus visitantes. Era la combinación de las historias de sus visitantes y sus meditaciones en el cuarto oscuro lo que daba vida a cada obra de Night Train.
Yo sólo había entrado en el cuarto oscuro con Kishida una vez.
Cuando cerré la puerta, me rodeó una oscuridad tan profunda que no podía ver mi propia mano delante de mí. La sensación era muy extraña. Me recordaba al Tainai Meguri de Kiyomizu-dera. Ni siquiera podía oír la respiración de Kishida, aunque estaba a mi lado.
“Sigues ahí, ¿verdad, Kishida?”
“No sabría decirlo. ¿Dónde crees que estamos?”
La voz de Kishida sonaba como si viniera de muy lejos, y la oscuridad que me envolvía se sentía de repente vasta e ilimitada.
“Esta oscuridad está conectada a todo.”, entonó Kishida.
* * *
Sentado con las piernas cruzadas, Saeki se quedó mirando el grabado apoyado en el asiento contrario y rumió: “Era un verdadero bicho raro.”
“Eso no se discute.”, coincidí.
“Estaba atrapado por el *makyō. Nada de lo que dijera nadie habría cambiado eso.”, dijo con nostalgia, tomando un trago de whisky. Su voz tenía un tono de honestidad. Quizá, a su manera, Saeki echaba de menos aquellas noches en el Salón Kishida.
*Falsa iluminación que experimentan los monjes novatos.
“¿Alguna vez viste a Amanecer?” dijo Saeki inesperadamente.
Levanté la vista, sorprendida. “¿Te refieres a la serie?”
“¿La has visto?”
“No, nunca.”
Había oído a Kishida mencionarla antes. Amanecer era la contrapartida de Tren Nocturno. Mientras que Tren Nocturno representaba una noche interminable, Amanecer retrataba una sola mañana, o eso decía Kishida. Pero ni siquiera Yanagi, el galerista, había puesto los ojos en él. Estaba convencido de que todo era producto de la febril imaginación de Kishida.
“¿Lo has visto?”
“No.”, respondió Saeki. “¿Aliviado?”
Me burlé. En eso tenía razón, al menos.
Mirando el *mezzotinto, Saeki murmuró: “Kishida debería haberlo creado, ¿no crees? Nunca debió dejarse cautivar por cuadros como éste.” Detecté un atisbo de emoción en su voz.
* El «grabado a media tinta», «grabado a la manera negra» o grabado al humo es un tipo de estampación realizado por el método del grabado en hueco que, a diferencia de otras técnicas de grabado directo como el grabado a buril y la punta seca, puramente lineales, logra reproducir matices y claroscuros.
La chica se levantó y se sentó junto a Saeki. Mirando fijamente el cuadro, señaló a la mujer sin rostro. “Kishida estaba enamorado de ella, ¿verdad?”
“… No sé si se puede llamar a eso amor, señorita.”
“No importa si está dentro de un cuadro, ¡el amor es amor!”
“Eso es muy abierto de mente por tu parte.”, rió Saeki, mirándola a la cara. “Pero al mirar esta foto me entra el miedo. ¿Y si ésta fuera la foto que se llevó Kishida? ¿Sabes por qué tituló la serie Tren nocturno? Se refería al Hyakki Yagyō, el tren de los demonios. Todas las mujeres que pintó son demonios. Por eso no tienen rostro. Todas son monstruos nacidos de su cabeza, y al final se arrastraron fuera de sus cuadros y lo devoraron. Y al final, tal vez eso es lo que él esperaba.”
Cuando Saeki terminó de hablar, sus ojos se volvieron hacia la ventana.
Todos escuchamos el chirrido del enganche entre los vagones.
El tren avanzaba en la oscuridad. Atravesando una arboleda, pasó junto a una subestación transformadora al lado del río. Pronto empezaron a aparecer las luces de las casas al otro lado de la ventanilla, y el tren llegó a la estación de un pueblo enclavado en las montañas.
“La gente realmente puede vivir en cualquier parte.”, observó Saeki.
Parecía que habían pasado días desde que subí al tren en Ina. En parte se debía a mi vuelta a mis días en Kioto, provocada por este inesperado reencuentro con Saeki, pero otra parte tenía que ver con el cambiante paisaje al otro lado de la ventanilla, tan diferente del que había sido al principio del viaje. Cuando el tren se puso en marcha de nuevo, las luces parpadeantes del pueblo volvieron a ser absorbidas por la oscuridad de la noche.
Poco después, vi una hilera de edificios de madera que parecían cobertizos para botes, alineados en las oscuras estribaciones. Sobresalían hacia el río Tenryū, y las luces de los muelles iluminaban las embarcaciones amarradas a su lado.
La chica le preguntó a Saeki: “¿Cómo crees que murió?”
“Murió solo.”, respondió Saeki. “Su corazón se detuvo en medio de la noche. No es inesperado, creo.”
“¿Te dio pena?”
“Ah. La muerte es el final. Eso es todo.”
A su lado, la chica lo miró fijamente a la cara.
“¿Qué?”, soltó, desconcertado.
“¿Por eso has hecho la foto?”
En cuanto escuchó esas palabras, el rostro de Saeki palideció.
“¿Qué quiere decir, señorita?”
“Parecía que estaba durmiendo, ¿verdad?”
“E-Espera…” tartamudeó Saeki.
Sin prestar atención a sus protestas, la chica continuó. “Extendiste la mano y tocaste su mejilla. Un toque tan suave, como el de un amante.”
Incrédulo, Saeki susurró: “…¿Cómo lo has sabido?”
* * *
“Se lo advertí, una y otra vez.”, dijo Saeki.
A partir del otoño del año anterior a su muerte, Kishida se había volcado en su trabajo con un fervor inusitado. Parecía tener prisa porque había presentido su muerte inminente, pero esa misma urgencia frenética puede que sólo la haya acelerado.
Saeki se había preocupado por la salud de Kishida. Sentía que Kishida estaba atrapado en un cuarto oscuro llamado Tren Nocturno. Olvida el arte. Toda esa gente que frecuentaba el Salón Kishida no era más que una camarilla de colgados irresponsables, que se quedaban por allí únicamente para presenciar la ruina de Kishida.
“¿Qué tal si te olvidas del arte por un tiempo y te vas de viaje? Lo buscaré todo por ti. Puedes ver todos los lugares que has estado dibujando en Tren Nocturno.” Una y otra vez, Saeki había formulado la invitación.
Y Kishida había dado muestras de interés. “Sí, quizá después de que complete cincuenta piezas de esta serie.”
Pero aquella noche de primavera, Saeki había visitado la casa de Kishida para encontrar al artista desplomado en el sofá, con la cabeza caída. Alargó la mano y rozó la mejilla de Kishida. Parecía que estaba durmiendo, pero su cuerpo ya estaba frío. Saeki se dio cuenta inmediatamente de que no había nada que pudiera hacerse.
“Me pareció que el mundo se había acabado.”, reflexionó, levantándose de su asiento y recogiendo el grabado. “Inmediatamente pensé en dejar Kioto esa noche. Me sentí fatal al dejar a Kishida así, pero no es que él pudiera sentir nada, por estar muerto. No iba a dejar que nadie me culpara de esto, y todos ustedes iban a encontrarlo pronto de todos modos. Estaba a punto de salir corriendo de allí cuando esta foto me llamó la atención. Kishida lo había dejado en la mesa. Nunca me importó su arte, pero por alguna razón sentí que tenía que hacerla mía. Tal vez sólo quería algo para recordarlo.”
“¿Así que simplemente lo robaste, entonces?”
Saeki miró el grabado y frunció el ceño cuando dije eso. Parecía que estaba tratando de recordar algo.
“Después de eso… ¿qué hice después de eso?”
Saeki oyó el tintineo del reloj de pared del salón. Con el grabado sobre la mesa en sus manos, se quedó congelado como un ciervo en los faros, aguzando el oído. Después de que cesara el tañido, el entorno se sumió en un silencio aún más profundo que antes. En cualquier momento alguien podría venir a llamar al Salón Kishida.
‘Las cosas se pondrán feas si alguien me ve aquí’ Era muy consciente de ello, pero su cuerpo no se movía.
Desde el salón podía ver el jardín, que estaba sumergido en una oscuridad viscosa; reflejado en el cristal vio a Kishida desplomado en el sofá, y a él mismo sosteniendo la mezzotinta. Tanto Kishida como él parecían fantasmas. ¿Por qué había tanto silencio? Parecía que la noche era eterna.
Un sonido llegó desde el final del pasillo.
Saeki sabía que lo único que había allí era el cuarto oscuro, con las ventanas tapadas. ¿Es Kishida? Involuntariamente el pensamiento le vino a la cabeza, pero lo sacudió rápidamente, sintiéndose sacudido. ¿Qué clase de idiotez era ésa? ¿Acaso ese Kishida no estaba muerto delante de él?
Pero, calmando su respiración, escuchó, y efectivamente oyó el sonido de alguien moviéndose dentro del cuarto oscuro. Si alguien lo hubiera visto, habría problemas más tarde. Tenía que estar seguro, ahora.
Comenzó a arrastrarse por el oscuro pasillo hacia el cuarto oscuro.
“Y entonces…”, susurró Saeki, antes de que su voz se apagara.
“¿Y entonces?” le pregunté, pero no dijo nada más.
El tren llegó a una estación desierta entre las montañas.
Saeki recogió su bolsa y se levantó, apartando a la chica y caminando por el pasillo. Parecía que se iba a bajar.
Todo parecía muy repentino.
“¡Eh, espera! ¿Es aquí donde se supone que te bajas?” Me puse en pie y grité tras él.
Saeki se dio la vuelta y se enfrentó a mí, con la cara hecha una máscara. “¡Fue ella quien lo mató!”
Su voz era casi un grito.
Casi se cayó en la estación vacía. El tren finalmente comenzó a moverse, y su rostro cadavérico se desvaneció en la oscuridad de la noche.
* * *
Me senté frente a la chica.
Ella sonreía. “Ahí va, supongo.”
“¿Crees que era ahí donde pensaba bajarse?”
“Pobrecito.”
Miré su cara bajo las luces del vagón.
Cuanto más tiempo miraba, más parecía atraerme. Ahora sabía que no era una estudiante de secundaria común y corriente. Era un enigma. Sin embargo, no le temía. Al contrario, una dulce nostalgia brotaba en mi interior.
La chica sacó los ojos por la ventana, mirando a la oscuridad.
“He estado en muchos lugares, en este sueño de la noche…”
“¿Qué tipo de lugares?”
“Puedo ir a cualquier sitio. No hay lugar que la noche no toque.”
Miré por la ventana, como si ella me guiara.
Donde terminaban los árboles veía la corriente negra del río Tenryū. La larga playa blanca daba la espalda al amenazante bosque negro que había detrás.
Allí vi un cerezo en plena floración, con sus ramas cargadas de pétalos. Cada uno de esos pétalos derramaba una luz fría en las entrañas de la noche. Bajo el cerezo había una mujer, con la mano levantada como si me llamara. Era la misma escena que Kishida había representado en el *mezzotinto.
* El «grabado a media tinta», «grabado a la manera negra» o grabado al humo es un tipo de estampación realizado por el método del grabado en hueco que, a diferencia de otras técnicas de grabado directo como el grabado a buril y la punta seca, puramente lineales, logra reproducir matices y claroscuros.
“No hay lugar que la noche no toque.”, dijo la chica, con su voz susurrante. “En mi sueño vi el viento de primavera sacudiendo suavemente las flores de un árbol…”
Aparté los ojos de la ventana y miré a la chica sentada frente a mí.
En su pelo negro había un pétalo de flor de cerezo. Más allá de su rostro pálido y transparente vi la cara de Kishida. Alargué la mano y arranqué el pétalo. Fue entonces cuando comprendí por fin. Esta chica era un demonio que Kishida había conocido durante su estancia en el makyō.
Pensé en lo que me había dicho Kishida en el cuarto oscuro.
Sería muy racional creer que el papel del artista es desvelar el mundo oculto y verdadero en su arte. Nada podría ser más racional. Pero me niego a creer en una explicación tan racional y elegante. El mundo verdadero no existe. Creo que el mundo es el inasible e infinito makyō*. Tú entiendes esto, Tanabe, lo sé. Si mis escenas nocturnas que dibujo son* makyō*, entonces las flores de cerezo que conmovieron el corazón de Saigyō también son* makyō*. Estamos encerrados en el inconmensurable* makyō de la noche.
Todo el mundo está en la noche perpetua.
* * *
Aquella noche de primavera, había ido a visitar la casa de Kishida.
Salí de mi apartamento junto al Santuario de Goryō y caminé por las calles residenciales al amparo de la noche. El aire nocturno era frío, la oscuridad opaca.
El camino desde mi apartamento hasta la casa de Kishida era sinuoso; en un momento podías pasar junto a elegantes residencias, al siguiente entre ruinas ruinosas y, a veces, algún que otro pequeño terreno ajardinado. Mientras caminaba por el estrecho sendero, mis pies se detuvieron de repente y vi que los pétalos de las flores de cerezo empezaban a caer bajo la iluminación de una farola.
En ese momento pensé en dejar Kioto.
Tras una serie de problemas que se acumulaban uno tras otro, mi compañía de teatro había dejado de funcionar el pasado otoño. Empecé a pensar que no tenía sentido seguir intentando resistir. Mis padres me decían que volviera a casa, a Toyohashi. Tal vez fuera el momento adecuado para lavarme las manos y hacer borrón y cuenta nueva. La única razón por la que seguía en Kioto era Kishida.
La casa de Kishida brillaba en la oscuridad de la noche, como siempre. Pero no oí ningún ruido.
Entré en el salón y encontré a Kishida. No respondió cuando le llamé, ni cuando le sacudí el hombro. Ya estaba muerto. Había una taza de café fría sobre la mesa. Llamé a una ambulancia, sintiéndome sorprendentemente tranquilo.
Me senté junto a Kishida. Parecía estar durmiendo, e incluso había un atisbo de sonrisa en su rostro. Mientras miraba su rostro, mi mente repasó el tiempo que había pasado en el Salón Kishida.
‘Ahora lo entiendo, ya habías emprendido tu viaje.’ Dentro de mi cabeza empecé a hablar con Kishida.
No tengo un hueso artístico en mi cuerpo. Quizás no tengo derecho a amar tu arte. Pero siempre te he admirado, aunque esas largas noches sólo me hayan llevado al makyō*. Ahora me voy a ir de Kioto, y sé que sea lo que sea lo que traiga el futuro, nunca se comparará con las noches que pasé aquí contigo*.
Oí entonces un ruido procedente del cuarto oscuro al final del pasillo.
Debo haberme levantado y bajado por el pasillo hasta el cuarto oscuro, pero mis recuerdos son borrosos después de ese momento. La ambulancia debió llegar, pero no recuerdo haber hablado con ellos. Lo único que recuerdo con claridad es el momento en que abrí la puerta del cuarto oscuro y entré en aquella oscuridad viscosa. Pequeñas y tiernas cosas revoloteaban en la oscuridad. Parecían pétalos de flor de cerezo.
Aquí sentí de repente lo vasta que era la oscuridad que me envolvía.
“Todo el mundo está en la noche perpetua.”, me susurró una voz.
* * *
El tren seguía avanzando en la oscuridad.
Tomé un pétalo en la palma de la mano y lo contemplé.
Me di cuenta de que había estado en el cuarto oscuro desde aquella noche.
Desde que había perdido a Kishida, había sentido que no estaba donde debía estar. Las cosas que veía con mis ojos no llegaban a mi espíritu. Ahora por fin entendía por qué era así. El tiempo que había pasado en Tokio y Toyohashi sólo habían sido sueños reflejados en las ventanas mientras el tren avanzaba.
Estábamos encerrados en el inconmensurable makyō de la noche.
“Este es el cuarto oscuro, ¿no?”
“Así es. Hemos estado juntos todo el tiempo.”, dijo la chica con una sonrisa.
Me hundí profundamente en el asiento y dejé escapar un suspiro de alivio.